dijous, de gener 12, 2012

Llámale energía, llámale X o cómo los europeos estamos más vacíos que una lata de cerveza en Lapa




Crecemos sin ningún tipo de espiritualidad y así parece que somos más inteligentes. Vamos a la iglesia puramente por actos sociales y encontrándonos ahí ni nos paramos un momento en pensar qué significa todo aquello. Ese hombre, que nos cuenta historias milenarias mientras estamos hablando con disimulo infantil con la persona de al lado, o quizás pensando en que si dura un poco más el discurso corremos el riesgo de caer fritos bien dormidos ahí en medio, y ¡ay!, ¡qué vergüenza! Mejor pensar en el partido de fútbol de las ocho...

Entonces eventualmente salimos de nuestra casa estéril y ahí viene cuando nos preguntan: - ¿Crees en Dios? (reverberación dentro del propio cerebro: ¿Crees en Dios? ¿Crees en Dios? ¿Crees en Dios?)

Y la automática respuesta europea, clásica como el sándwich de nata (o la ‘condesa’ de Frigo): - Yo (YO) soy ateo.

Ateo para mí ha sido y será siempre sinónimo de ignorante, com licença, desculpe, de persona que no ha invertido ni tan sólo dos minutos en darse cuenta de que somos tan pequeños, tan diminutamente poco importantes, tan insignificantes, que no hay manera de poder afirmar con esa pachorra despreocupada que no hay dios.

Porque dios es un concepto, es una entidad que se alberga en uno mismo para dar significado a las cosas. Para mí no tiene nada que ver con el dios que me enseñaron, sólo que reconozco que llamar a esto energía aún me parece demasiado happy flowers...

Pero por favor, vengan a Brasil y se mezclen en los bailes, sientan lo que emana de la gente, perciban y absorban esta cultura apasionante que tiene una esfera de tambores a su alrededor. Escuchen todo lo que tienen que enseñarnos, pero háganlo desde el estómago, no como cuando entierran a la vecina del tercero y van a misa pensando en qué buenos, pero qué buenos, estarían los canelones de la abuela, si ella aún viviera...


Tatuajes de Rio



Llevo desde hace días Rio tatuado en los pies, entre los dedos, por entre los espacios pequeños que hay entre las uñas. 



Rio me acoge así, me coloca en este ambiente vibratorio que uno es incapaz de definir, que sólo se puede sentir cuando uno se zambulle en las multitudes que bailan samba, cantando un mantra de sonidos candentes, escuchando durante horas un ritmo ancestral de percusión, que late, que late, que late, que acaba por modificar el sonido del propio corazón y sincronizándolo con todos los de la gente. Así Rio, poco a poco me recoge, me cava por dentro, me envuelve y me contiene.


Por las mañanas, desde hace días, intento sacarme Rio de la piel, pero por más que lo intente, por más que me esfuerzo, por más que friego con esmero, al día siguiente el tatuaje ha aumentado de tamaño...