Da miedo, tienes razón, quizás tú
lo viste antes que los otros, no lo sé, no me aventuro a decir que tu aura extraña
es de visionario. Pero con certeza lo viste antes que yo y ahora estoy de
acuerdo contigo: a veces me asusta, me crea recelo, aprensión, angustia - an-gus-tia. An-GUS-tia. Pronuncia esta
palabra como si tuvieras en la boca un toffee de nata o abrieras la piel de un coulant mullido con un
bisturí frío.
Mirar adelante y pensar que todo
lo que hay va a desintegrarse y lo va a hacer sin pausa (peor, sin prisa, para
hacer de la tortura de quien lo ve algo disimulado).
Mirar hacia atrás y darte cuenta
que eso que recuerdas como un tesoro de sentimientos, eso ya se ha desvanecido. Que ya nunca más vas a tenerlo entre las
manos o delante de los ojos. Ya nunca más vas a olerlo, a agarrarlo, a amarlo
como lo amabas.
Que la piel de nuestros rostros ya
empieza a resquebrajarse, que de ahí sólo puede ir evolucionando implacablemente hasta la
degradación pausada.
Da miedo asomarse a los
pensamientos del paso del tiempo, de la muerte, del no-ser, de la vacuidad de
lo que nos han hecho creer que es importante. De nosotros mismos, de nuestro
papel.
¿Qué papel?
Tus edificios se derrumban como
siempre, en otros idiomas o en otros contextos, y la megalomanía de la que
están hechas sus piedras tan sólo se recicla. Pero me ha gustado leerte el
alma, me ha hecho sonreír saber que después de los años aún vive ese niño
triste y sentido detrás de tus ojos -de tu cámara. Entonces me miro, me sonrojo, me reflejo
en el espejo y a ratos me conozco, me veo asomarme entre las ropas: aquí vive
también ese algo todavía. Y este sol que se mueve entre las nubes... Quizás aún
hay esperanza, quizás hay cosas que perduran siempre contra viento, marea y perturbaciones.
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