dimecres, de juny 13, 2012

Licántropos y huracanes


Por fin me he deshecho de esa parte de mí que se había casi desprendido de mi piel pero que continuaba ahí cogida, pegajosa. Parecía alquitrán en pleno agosto.

Ha sido un alivio, un respirar fuerte y profundo, un nuevo aire.

Colgaba de mí desde hace tiempo, pesando demasiado y dificultándome el andar; me hacía arrastrarla cerca de mí, como las bolas que siguen a los presos vestidos a rayas en los cómics. 

Era más densa que el mercurio porque contenía una concentración muy alta de recelo, odio, envidia, manipulación, mentira y engaño premeditado, violencia contenida, locura.

Por eso, cuando he podido arrancármela, ha sido como matar a un deméntor. De repente me ha parecido recuperar el alma cuando inspiraba profundamente. Pero aunque veo que ahora peso menos y he ganado flexibilidad, ganas de saltar y de moverme, no puedo cantar victoria: al mirarme al espejo sin ropa veo esa marca de dientes en mi abdomen, una marca roja y redonda, reciente y sobreelevada.  Una marca creada por dos arcadas dentarias que parecen haber hecho una presión equilibradamente agresiva sobre mi piel.

‘No hay remedio definitivo, sólo una tregua’, me digo a mí misma ante el espejo. ‘Siempre habrá deméntores a los que matar’. Porque supongo que siempre habrá un lado oscuro del que nazcan y nazcan y renazcan.



Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada