divendres, de juliol 20, 2012

Las tres estrellas


Esas cosas que dolían, que se revolvían marea arriba y marea abajo, ya no importan. Han ido perdiendo la definición, el brillo y la saturación de colores. 

Me acuerdo de todo, incluso demás (que me continúa gustando más que demasiado), pero ahora ya no es un acordarse con dejes tristes sino que son imágenes fugaces que se cruzan algunas veces, intrusivas y egodistónicas, sin sal ni pimienta, sin voz, sin música desgarrada, sin alma. Parecen fotogramas gastados de una película de los años cincuenta. 

Por eso, al volver al pueblo y encontrarme con personas y más personas que me preguntaban por esas mentiras que alguien se inventó, ya no me supone un mal paso contarles la verdad. Ya no me siento con responsabilidad de nadie ni con la necesidad de proteger a nadie. 

Siento que después de tantos años de esfuerzo ajeno por mantener una historia tan falsa con tanta solidez yo llegue ahora y la derrumbe. Pero es que estoy cansada de haber sido la madre de la adolescencia, la amante rezagada de la juventud, la mujer que nunca llegó a ser simplemente porque ya no quedaba nada. Por no hablar de ser la cómplice del delito, la encubridora que ha cometido perjurio tantas veces para recibir a cambio nada más que miradas inquisidoras y esa sonrisa sádica de hombre perturbado por dentro.

Queda dicho, y me desentiendo de las desgracias porque yo sí que me alejo con la conciencia tranquila.



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